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El pegamento humano

Recientemente colgué en una pared dos fotografías que me regaló Agustín. El obsequio llegó desde Los Ángeles en forma de una liga digital para descargar las imágenes en alta definición. Yo me encargué de imprimirlas y enmarcarlas con la debida supervisión de él, para quien el papel que poseerá la imagen es como escoger el alma que habitará un cuerpo. Me dijo que eran por mi apego a las piedras y la arqueología. Son dos piezas retratadas individualmente que mi amigo encontró en un desierto, a las que se les calcula catorce mil años de antigüedad. Las piedras tienen forma oblonga, una es un percutor (artefacto para hacer herramientas mediante el golpeteo) impecablemente tallado, la otra es una piedra verde, lascada, cuya textura invita a pasarle la mano.

No deja de asombrarme que los objetos viajaron en forma de pixeles para luego quedar estampados en un nuevo objeto, la foto, que mide 1.60 metros de alto por 1.10 de ancho. Las dimensiones de los objetos reales son, salvo por su grosor, muy similares a las de mi teléfono celular, nuestro percutor moderno. Así como el hombre de la caverna se sintió con más poder por su herramental lítico, nosotros sentimos lo más cercano al vacío existencial cuando olvidamos el teléfono inteligente.

Las relaciones a través de la tecnología avanzan a pasos agigantados y poco a poco sustituyen el contacto humano. Reservo un hotel desde mi computadora, hago el registro antes de llegar con mi teléfono celular, respondo mensajes de texto y cuando quiero transmitir alguna expresión, como la risa, uso rostros sonrientes a los que les salen lágrimas o escribo “LOL”. Para felicitar a alguien en su cumpleaños ya no usamos nuestra voz, le escribimos un mensaje en su muro o le enviamos un tuit. Ante este entorno tecnológico creciente donde las máquinas cada vez hacen más cosas por nosotros, el contacto persona a persona es ya un lujo.

Los grupos de WhatsApp se han convertido en nuestros universos paralelos. Estamos físicamente en un lugar pero virtualmente enlazados con los excompañeros de estudio, o de trabajo, o con otros con quienes compartimos determinado interés. Recuperamos amistades mediante un crisol que junta todas nuestras épocas, una red que amalgama todos nuestros escenarios y nos da una omnipresencia caótica. Y quizá coincidas conmigo, los que eran buenos y divertidos grupos en lo físico, son buenos y divertidos grupos en lo virtual. Hay un gran articulador social que desde la prehistoria funciona muy bien: la risa. Los grupos que se ríen tienden a ser más sólidos y duraderos. El antropólogo inglés Robin Dunbar ha estudiado por años la conducta de los primates y los humanos. Particularmente ha explorado el rol de la risa en nuestra vida. Sus conclusiones apuntan a que cuando se comparte el mismo sentido del humor, el grupo tiende a generar lazos más estrechos.

Las caritas o emoticons no son lo mismo que reírse en persona. Los grupos de WhatsApp más sólidos son los que pasan de lo virtual a lo físico. Podrán saludarse todos los días a través del texto, pero eventualmente se abrazan físicamente. Dunbar ha detectado que los primates generan relaciones de grupo a través de lo que llama “social grooming”, algo así como acicalamiento social, una actividad uno a uno donde un primate expurga y apapacha a un compañero. Los grupos que interactúan en las redes sociales funcionan mientras existe cierto grado de apapacho. Pero los corazones y los pulgares de “me gusta”, nunca serán tan poderosos como la interacción personal.

Ahora muchas empresas buscan desarrollar “apps” para entablar relaciones con sus prospectos y clientes. Pagan por tener “Clics” y “Likes”, algo tan estéril como regar en el desierto esperando palmeras con dátiles. Auguro que la tecnología que más apropiaremos será la que nos permita una operación fluida pero eventualmente nos lleve a un contacto personal. Cada vez que veo las fotos que me regaló Agustín pienso que los objetos que reflejan los hizo una persona con sus manos. Una persona que aunque hubiera escrito “jajajajaja” en un muro de su cueva, no me habría contagiado como el hecho de haber escuchado sus carcajadas.

Gracias a nuestra tecnología avanzada nos reímos con letras y figuras en un muro. Es hora de avanzar hacia atrás.