Jorge Ibargüengoitia escribió con ironía ante el teatro electoral del sistema político mexicano en los setentas: “El domingo son las elecciones, ¡qué emocionante!, ¿quién ganará?”. Ni duda hay que vivimos otros tiempos. La certeza electoral se ha diluido, pronosticar resultados resulta cada vez más complejo. El monopolio partidista se convirtió en oligarquía y nuestra incipiente democracia ha llegado al punto de requerir el aire renovador de la segunda vuelta que permita condiciones para un mejor gobierno.
Los mexicanos tenemos sentimientos encontrados con la capacidad de elegir gobernantes. La democracia es la elección de la mayoría; sería mucho mejor pensar en la buena elección de la mayoría, pues hasta ahora ha sido la mala elección de muchos. No todos los votantes tienen capacidad para tomar una buena decisión y no todos los votados son capaces. Estamos tan obsesionados con tener democracia que se nos olvida el fin: tener un buen gobierno. Si nos dieran a escoger entre tener un régimen democrático o tener un buen gobierno (y sólo puedes escoger uno), ¿qué escogerías?
Yo no tengo conflicto en preferir el fin sobre el medio. Entiendo que no todos piensan igual, que cuestionar la democracia equivaldría a decir en la Edad Media que la Tierra pudiera no ser plana o, en un alarde de sabiduría, afirmar que es redonda. El dilema es que el régimen democrático parece ser el menos malo de los sistemas políticos; no tenemos certeza sobre la eficacia de otro tipo de método para obtener un buen gobierno. Una variante democrática sería fortalecer el sistema de elección discriminando la elegibilidad de votar y ser votado. El mismo autor de Instrucciones para vivir en México apuntaba: “¿Quién está capacitado?… Para ser elector se necesita criterio… es necesario pasar un examen de civismo”. Y días después añadía: “He llegado a la conclusión de que saber civismo no es criterio, por la sencilla razón de que el problema no es de conocimiento, sino de conducta”.
El pasado (la conducta comprobable) de las personas, electores y candidatos debería alentar a tener una mejor elección, pero sobre todo un mejor gobierno.
Deberíamos no sólo cuestionarnos cómo tener un mejor sistema electoral sino cómo tener un buen gobierno. Una pista puede hallarse en una pintura de hace 678 años. En el Palazzo Pubblico de Siena, Ambrogio Lorenzetti plasmó en los muros de la Sala dei Nove la Alegoría del Buen y Mal Gobierno, justo donde el cuerpo colegiado de la entonces República de Siena tomaba las decisiones, con la intención de influir en los gobernantes.
En el muro alusivo al Buen Gobierno, Lorenzetti personificó las virtudes y objetivos que deberían regir las prioridades y la ética de los gobernantes. Arriba, la Sabiduría sostiene la báscula de la Justicia, desde cuyas balanzas descienden cuerdas (una forma de transmitir la misión) hacia Concordia y Armonía, y de ahí a 24 hombres, los gobernantes de la ciudad, que a su vez la llevan al Bien Común, coronado por Fe, Esperanza y Caridad, y flanqueado por Templanza, Justicia, Prudencia y Fortaleza. (Experimento: pregúntale a tus hijos, a tus amigos, la definición de estos conceptos. Una cultura que desconoce los significados en temas sustantivos ha perdido el rumbo).
En el fresco opuesto, que retrata al Mal Gobierno, destaca, entronado y bizco, el Tirano con cuernos. Arriba de él están Envidia, Orgullo y Vanagloria, y a sus pies vemos personajes como Crueldad, Engaño, Fraude, Furia, División y Guerra. Detrás de todos ellos la degradación, una ciudad en ruinas que no florece, los comercios cerrados, las calles que hablan de conflictos (cualquier parecido con el Gobierno de Venezuela, que alaba a Morena, es una coincidencia) y hasta abajo, sometida y derrotada, la Justicia.
No necesitamos a Lorenzetti para saber qué alegoría refleja la condición de México. El cambio hacia un Buen Gobierno difícilmente vendrá de un individuo, así haya sido elegido por la buena decisión de la mayoría. No se trata de un cambio de líder nada más sino un cambio de sistema social y político (es decir nuestro sistema cultural). Las pistas de ese cambio están en la formación de mejores ciudadanos. El plan de estudios se dibuja en los frescos de un palacio medieval.