La noticia me pasó inadvertida, como esas lluvias tenues de madrugada. “La Casa Blanca contratará un equipo de científicos para influir en la conducta de la gente”, decía la nota en varios medios. No eran cualquier tipo de científicos, eran científicos sociales “para estudiar la conducta humana y diseñar políticas públicas basadas en experimentos sociales…” De haberme enterado a tiempo, habría mandado el perfil de mi equipo.
La inspiración de La Casa Blanca fue el trabajo de un grupo de asesores del gobierno en Gran Bretaña, llamado Behavioral Insight Team, también conocido como “Nudge Unit” (algo así como “grupo de empuje”), que combinan teorías de economía con psicología (Behavioral Economics). Los científicos ingleses fueron capaces de incidir sutil y positivamente en varias conductas, desde reducir el robo de carros hasta hacer que la gente consuma menos energía y pague a tiempo sus impuestos.
La realidad es que las ciencias sociales son de mucha utilidad para normar la conducta, tristemente muy pocos líderes, públicos y privados, lo ven así.
Imaginemos que existe un aparato que logra que la gente quiera hacer cosas que hoy no hace, cosas simples o profundas que tendrían un impacto positivo dentro de un contexto social: no tirar basura, disminuir o acabar con el acoso escolar, eliminar la violencia contra las mujeres, la obesidad, comer mejor, pagar el predial, aumentar el índice de lectura, respetar señalamientos viales, disminuir el secuestro, etcétera. Imaginemos que este aparato se llama “Conductómetro”, uno escribe el deseo y aprieta el botón.
El Conductómeto existe, no en la versión caricaturizada que acabo de pintar, sí en una verdad fundamental: los sistemas moldean conductas. Si el sistema está torcido, la conducta estará torcida.
El control y la regulación de todo lo que tiene que ver con conducir alcoholizado en EEUU (DUI: driving under the influence) es toda una cultura (sistema) que en aquella nación moldea la conducta en un tema de salud y seguridad públicas, y en un territorio simbólico: la ley se respeta. Si alguna vez eres multado por DIU (ni siquiera es estar borracho, es tener más alcohol en la sangre, del límite legal) vas a pagar varias consecuencias, desde fuertes multas y la suspensión de tus privilegios para manejar (nótese que el derecho te lo da el Estado, si te portas mal te lo quita), hasta el incremento de tu prima de seguro (a más multas representas más riesgo para la sociedad y para la aseguradora), además de un sello social indeleble.
La contraparte mexicana en el mismo tema, alcohol y volante, difiere. Es otro sistema, otra la conducta. Para empezar, nosotros mismos saboteamos el sistema. El adolescente que detecta un retén de revisión de niveles de alcohol en los conductores, avisa por mensaje de texto a su red para prevenirlos, es decir, sabotea al sistema, lo corrompe, manipula la consecuencia. Si supiera que con su acción está poniendo en riesgo la vida de aquellos que estima, tal vez no lo haría.
Una multa por manejar alcoholizado en México no pasa de ser una anécdota y pagar una multa (o una mordida). “El día que fui al Torito” (luego vienen las risas de los escuchas). Nuestro sistema no conecta las responsabilidades y no aplica consecuencias (es decir, promueve la impunidad), tú compañía de seguros no se entera de tus multas y tu prima sigue igual, tu próximo patrón consultando tus antecedentes no te dirá “veo que en tal fecha lo detuvieron por manejar alcoholizado, vamos a seleccionar otro candidato”.
Necesitamos un sistema con memoria. Esperanza la ley de reelección para puestos de elección popular. Si bien imperfecta por los candados que los partidos políticos dejaron (un sistema se defiende contra otro sistema), es de esperar que la aplicación de consecuencias tenga un contagio positivo en otras áreas de la vida pública.
Necesitamos fortalecer el sistema conductual mexicano cambiando los incentivos actuales, en su mayoría perversos. La gran reforma que nos debemos es la del cambio de conducta.