Escribo desde una ex hacienda. Su patio central reconcilia la naturaleza con la casa (¿cuándo, en aras de la modernidad, perdimos el rumbo del patio interior?). El concierto es espectacular, dentro del follaje de los ficus los cenzontles anuncian al sol, y una barranca imponente deja ver en lejanías planos de grises y azules entre montañas y nubes bajas. Un sabio amigo en la banca contigua del corredor evoca a Nezahualcóyotl: “Amo el canto del cenzontle,/ pájaro de cuatrocientas voces./ Amo el color del jade/ y el enervante perfume de las flores,/ pero más amo a mi hermano: el hombre”. La inspiración prehispánica la tenemos muy cerca y a la vez distante. Toma un billete de cien pesos y descúbrelo.
La ciudad nos ha deshumanizado. Las avenidas y vías rápidas (es un decir) hechas para los automóviles dividen más que zonas, dividen la vida del ser humano. En lugar de aves suenan los motores, los trayectos agotan, entubamos los ríos, secamos los lagos, el tiempo nunca alcanza, las casas se blindan, hay bardas altas, alarmas y candados, las puertas permanentemente cerradas. Lejos estamos, además, de tener un gobernante poeta, un líder que convierta las notas de un pájaro en filosofía o en arte.
Guatemala brilla. Otto Pérez Molina, Presidente del país vecino, renunció luego de que un juez girara una orden de arresto en su contra, acusado de corrupción y asociación ilícita, “cohecho pasivo y caso especial de defraudación aduanera”. Apalancados por la fuerza independiente de un organismo internacional y el empuje de la sociedad civil, los guatemaltecos son hoy ejemplo para México. Las palabras del ahora ex Presidente iluminan: “Pude haber salido del país, pude haber pedido asilo político pero elegí el camino de cualquier hombre que quiere hacer algo bueno por el país. Tuve miles de herramientas a la mano, entre ellas expulsar a la Cicig (Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala) y preferí enfrentar las cosas con valentía, con honor y con dignidad, como considero deberíamos hacer los guatemaltecos”.
El día del informe ensombrece. Desde Palacio Nacional el presidente Peña da su tercer informe. Entre los invitados especiales están figuras controversiales, como el dueño de Grupo Higa, quien ha estado en medio de la polémica por los escándalos de las casas adquiridas, en condiciones preferenciales, por la esposa del Presidente y el secretario de Hacienda, asunto agravado ante la previsible exoneración (por conflicto de interés) a manos del subordinado presidencial, Virgilio Andrade. No deja de haber cierta justicia poética que el mismo día se anunciara el Premio Nacional de Periodismo a Carmen Aristegui, por los reportajes de las casas aludidas.
La playa, casi el paraíso. Millones de personas se acercan al mar todos los días. Caminar en la arena es un deleite mientras vemos nuestras huellas efímeras ser borradas por las olas, ese vaivén incansable y rítmico con el que el mar se nos aproxima, a veces con la sutileza de un murmullo, a veces con la furia desatada de la naturaleza que tanto se parece al ser humano cuando explota. No es casual que en la playa idealizamos las vacaciones, el retiro, el atardecer dorado y las bodas de ensueño.
La playa mediterránea, tumba y tragedia. Un niño sirio de tres años yace boca abajo en la arena, su cuerpo inerte conmueve al mundo. El viaje frustrado a Kos, el escape de una guerra absurda, los migrantes rogando por un asilo que no llega, la embarcación que zozobra ante el oleaje salvaje, el padre que ve a sus dos pequeños hijos escurrírsele de entre sus manos, su mujer también ahogada, él sobrevive para gritar un dolor que también debe ser nuestro, el drama de la migración con rostro universal, la humanidad que se ahoga en un mar insensible, la vida que se extingue porque ha de triunfar la xenofobia y el Producto Interno Bruto. El Rey Poeta lo predijo: “Como una pintura nos iremos borrando,/ como una flor/ hemos de secarnos/ sobre la tierra,/ cual ropaje de plumas/ del quetzal, del zacuán,/ del azulejo, iremos pereciendo”.