Me entero que hay un grupo de adolescentes de nivel socioeconómico y cultural alto, que por el sur de la Ciudad de México, provocan y golpean a otros chicos en sitios públicos, por el gusto de agredir. Se autonombran Los Centinelas y, según las noticias, son estudiantes de prestigiadas instituciones. Algunos ya fueron expulsados. Cuando uno conoce las bajezas de la condición humana el mundo se vuelve un paraje sombrío. Pero hay otra clase de centinelas.
Según Pepe Toño (con quien me une una hermandad a prueba de ausencias) por mi culpa tres veces ha perdido su cartera y por su buena estrella tres veces alguien se la regresa milagrosamente. Me las recordó una por una. Efectivamente, en las tres ocasiones yo estuve con él. No hay explicación convincente para sus frecuentes despistes, existe una para su buen sino.
El domingo pasado acudió con Renata, su hija, a un concierto de música clásica a la Sala Nezahualcóyotl. Llegaron en el filo de la navaja para entrar a tiempo, además había que sortear las subidas y bajadas de la bella pero escarpada Ciudad Universitaria. Otros más llevaban idéntica premura, entre ellos un señor de edad avanzada al que Pepe Toño vio caer en la escalera. El hombre fue auxiliado por unos jóvenes que lo acercaron al vestíbulo de la sala (ellos no iban al concierto). Pepe Toño se percata que el señor sangra bastante, se aproxima y pide que lo dejen con él. Mi amigo quiere llevar al baño al herido para enjuagarle el rostro pero el hombre, visiblemente angustiado, le dice que no, que mejor le ayude a entrar a la sala para reunirse con su esposa, “una mujer pelirroja” (que se había adelantado para conseguir lugares). Convencido de que es mejor no aparecer así con su esposa, el señor se sienta en la parte alta del graderío e intenta detener la hemorragia con su pañuelo.
Pepe Toño escucha los 9 minutos del primer solista mientras sus ojos buscan a la pelirroja. Surge el aplauso y se percata que una señora se levanta en plan de avistamiento. Decide ir hacia ella pero tiene que molestar al hombre de al lado, a quien, para aminorar un poco el bochorno que da romper la solemnidad, le explica brevemente que es una emergencia por un accidente de un hombre mayor. Antes de que inicie Rapsodia para violín no. 2, de Bartók, un brazo alcanza a la dama de pelo rojizo. Pepe Toño le dice que el marido está arriba, que está bien pero que se “tropezó”. Acompaña a la mujer hasta donde está el esposo, salen de la sala, la sangre es escandalosa en el rostro y la ropa, ella pide que vayan al médico, él, erguido como campeón de batallas, le dice que no, que hay que regresar al concierto. Pepe Toño media y convence: irán al baño para mitigar las lesiones.
“¿Eres médico?”, no, respondió mi amigo, mientras le hacía curaciones básicas y le lavaba el pañuelo teñido de rojo. “¿Por qué haces esto por mí?”, porque todos eventualmente necesitamos de todos, a todos nos puede pasar. “Estas cosas nos pasan más con la edad”, lo hago con mucho cariño, decía mi amigo mientras su hija estaría escuchando Fantasía sobre Carmen de Bizet, de Sarasate. Una vez que vio de mejor semblante al señor y después del intermedio, regresaron todos a la sala. El hombre del asiento contiguo al de Pepe Toño inquirió: “¿Cómo va todo? Yo también soy médico” y le dio su tarjeta pensando que interactuaba con un colega. “Me gustó lo que hiciste, muchos ya no lo hacemos por los demás. Avísame si necesitan otra valoración”, remató el galeno.
Al salir, mi amigo fue asimilando con quién estuvo. Como reparto estelar en una obra teatral escrita por el destino, Vecino de asiento: Dr. Erick Alexánderson, presidente de la Sociedad Mexicana de Cardiología. Señora pelirroja: Ministro en retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Victoria Adato Green. Señor lastimado: Ulises Schmill Ordóñez, ex presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, próximo a festejar sus 80 años. Pepe Toño: José Antonio Díaz, generador de armonías.
La gente buena resiste la indiferencia del mundo, acumula buen karma, es centinela de otros y otros son guardianes de ellos, una correspondencia de justicia. “Yo creo que por estas cosas el mundo me regresa mis carteras”, dice mi cuate. No lo sé, pero de algo estoy seguro: habrá una cuarta vez.