El pasado 29 de noviembre Ann Dunham hubiera cumplido 74 años. Antropóloga de formación, fue la figura formativa dominante para uno de sus hijos, un niño que, por el trabajo de investigación de la madre, vivió en diferentes países y se acostumbró a convivir con diferentes culturas. Para decirlo de otra forma, la otredad, lo distinto, fue parte de su educación, tanto así que el niño comió carne de perro, culebra, chapulines y aprendió a expresarse y a entender otra lengua.
Este niño creció con tanta carga de lo extranjero que muchos años después fue acusado de no haber nacido en el país donde se convertiría en el Presidente número 44 de su historia. Aunque Trump terminó por aceptar que sus señalamientos contra Barack Obama, el hijo de nuestra antropóloga, eran infundados, su ofensiva representa mucho de quienes no tienen una visión antropológica, al contrario, ven amenazas en lugar de recursos, detonan los puentes y favorecen la creación de islas.
La antropología estudia la realidad humana, pretende interpretar al individuo integral, social, biológica, culturalmente. He tenido la fortuna de convivir durante los últimos 15 años con varios antropólogos y otros estudiosos de la condición humana, de ellos he abrevado una visión antropológica del mundo, una carrera empírica que ha llenado mi frustrada vocación de excavar para encontrar pirámides sepultadas e interpretar glifos en las piedras. El antropólogo es un pontífice, tiende caminos en vez de construir muros, trata de entender desde afuera, es el observador que analiza, interpreta y acepta, y en esta aceptación sostiene sus puentes y allana diferencias.
En un interesante artículo del Financial Times, que Simon Kuper intitula “Barack Obama: antropólogo en jefe”, destaca que mucho de la forma de ser del presidente norteamericano está influenciado por su formación materno-antropológica. Ésta, dice Kuper, es una de las claves para entender a un Presidente que, aunque querido por muchos, ha sido muy criticado por otros. Contrario a la visión de supremacía de quien está por sucederlo, Obama, narra Kuper, “nunca compró la idea de que (EU) es un país excepcional con una cultura superior y el deber divino de salvar al mundo. Cuando le preguntaron en su primer viaje intercontinental si creía en la excepcionalidad de EU, dijo: ‘Creo en la excepcionalidad de EU tanto como sospecho que los británicos creen en la excepcionalidad británica, y los griegos creen en la excepcionalidad griega'”.
Desafortunadamente, esta sensibilidad antropológica, este ver a su propio país desde afuera, no le alcanzó para crear beneficios suficientes y leer el descontento social que posteriormente fue explotado por Trump. Esta inclinación a ver a los otros y ser parte de los otros (en su caso pertenecer a un grupo étnico que por primera vez llegó a la Presidencia) no le impidió el legítimo uso de la ley para deportar a más de dos y medio millones de indocumentados, lo cual lo convierte también en el “Deportador en Jefe”. Aunque no guste este dato, Obama aplicó la ley (igual que lo hará Trump).
No creo que un antropólogo sea mejor Presidente que un empresario o viceversa. Es la visión complementaria la que puede construir un liderazgo efectivo. Lo mismo sucede en el mundo de los negocios. Aunque en todos los campus universitarios que conozco, los edificios de las escuelas de negocios están separados de los edificios de las ciencias sociales, existe un gran puente que conecta los intereses de ambos mundos.
Nissan acaba de publicar una nota donde reconoce el gran papel que tienen los antropólogos en sus procesos de innovación y diseño, particularmente en sus vehículos de conducción autónoma, donde es fundamental entender el comportamiento del hombre junto con la tecnología, más allá de un algoritmo. Pronto los automóviles serán un ejemplo de buen ciudadano en las calles.
La antropología puede ser la gran aliada de muchas otras disciplinas para enfrentar los retos contemporáneos. Su efectividad, me parece, radica en que nos fuerza a ver personas donde otros ven números, “small data” en vez de sólo “big data”, tribus, no sólo mercados; nos lleva de regreso a la cueva, ese lugar prehistórico donde toda innovación comienza.