La pregunta entró como cuchillo en mantequilla y no pude sino esperar la respuesta en boca del inquisidor, chef de la Academia Barilla, en Parma. Su cara expresaba esa forma de normalidad italiana cuando hablan de comida (es decir, cuando hablan): pasión por la vida. “¿Por qué en Italia no hay obesidad?”, y argumentó “porque nos damos tiempo de reposar la comida”.
Trapani, puerto siciliano, es un digno representante de la comida (léase forma de vivir) en el sur de Italia. Dos veces a la semana arriban cruceros con turistas que llenan las estrechas calles del centro, dispuestos a comprar en los comercios locales que, en medio de la ebullición y ante la sorpresa de los fuereños, refrendan uno de los rasgos de la vida italiana: cierran a la 1 y reabren a las 5. ¿Qué pasa en esas 4 horas? Descansamos, comemos, estamos con la familia, vamos a la playa, me responde la dueña de un comercio, como si me estuviera describiendo una película mexicana de ficción.
Carlos Slim ha propuesto trabajar tres días a la semana, 11 horas diarias, argumentando que el tiempo restante serviría para aumentar la calidad de vida, entretenernos y cultivarnos en otros aspectos. Además de paliativo contra el desempleo, la medida, dice Slim, serviría para tener una fuerza laboral más longeva. Mi entrañable amigo Javier Barrera confiesa que quisiera morirse haciendo lo que hace, no se ve retirado, ama su actividad, es un apasionado de ayudar a la gente a encontrar su talento para que genere prosperidad.
¿Y si los cuatro días a la semana que no se trabaje, se dedican a encontrar y desarrollar el talento? Idealmente la gente debería trabajar todo el tiempo en una actividad donde exprese su talento, pero mientras lo encuentra y pueda dar el “brinco”, trabajar tres días hace sentido. La gente podría encontrar su verdadera vocación, incluso mejorar su economía, tendría más satisfacciones.
Si uno encuentra su talento, se vuelve más productivo, necesita menos horas para lograr algo. Muchos trabajan nada más por dinero, nunca encuentran satisfacción personal. “Un talento que practicamos se convierte en fortaleza. Un no-talento que practicamos se convierte en debilidad”, me dice Javier mientras recuerda que Chespirito estudió ingeniería, pero no la ejerció, ¿habría sido un destacado ingeniero?, pregunta.
La OECD da cifras reveladoras en su Índice Better Life. México está al fondo de la tabla, en el sitio 35 de 36 naciones. Nada más superados por Turquía, somos el país donde se trabaja más horas a la semana y se descansa menos. Aún así, salimos altos en “Satisfacción de vida”, señal de nuestra gran tolerancia.
A unos metros de los negocios que han cerrado de 1 a 5, está Caupona, Taverna di Sicilia; en sus mesas observo a los comensales italianos mirar menos su reloj o su celular y más las burbujas de su prosecco. No es casual que en este país el símbolo de un caracol es ahora un movimiento mundial fundado por Carlo Petrini: Slow Food, cuyos estatutos no apuntan a un concepto simplón de vivir con lentitud, sino a elevar el sentido del placer y el gusto en nuevas generaciones, a producir bienes culturales alrededor de la comida y la biodiversidad, a disfrutar esos instantes irrepetibles, y sobre todo, a practicar una calidad de vida distinta, basada en el respeto al ritmo y tiempo naturales, al ambiente y la salud de los consumidores.
A menos que esto sea un movimiento nacional sobre la distribución del tiempo laboral (eje de la agenda personal y familiar), difícilmente prosperará un cambio en México. Lo sabe otro querido amigo, Eduardo García, quien a través de Expertia promueve balance de vida desde las corporaciones, entidades que terminan por tragarse al individuo si no hay un cambio en el sistema. ¿Cómo irse a la hora de la salida si el jefe sigue ahí?
Son las cinco en punto. Al reabrir las puertas de sus negocios, los italianos sonríen con ese gesto picaresco que les caracteriza. Sin duda uno de sus talentos es la dolce vita, y créanme, no tiene que ver con la cuenta bancaria de Slim.