Nuestra incipiente democracia arrastra una tristeza: no nos gobierna una aristocracia, no nos gobiernan los mejores. El estado de salud de la democracia en México coincide con el concepto aristotélico de demagogia: “la forma corrupta o degenerada de la democracia”. Esta descomposición equivale a un estado de putrefacción, tierra de gusanos. Estamos infestados de parásitos corruptos, una ola de saqueos que no es exclusiva (aunque sí liderada) de la clase política, un engrudo que detiene el movimiento de México, una sombra que va de las esferas más altas del poder a la calle donde transitan mortales. Pasamos del año al sexenio de Hidalgo. Para muestra, unos fractales (estructuras a escala) a nivel de la banqueta.
En el Distrito Federal, sobre una calle de Polanco, una camioneta está estacionada correctamente, las marcas en el suelo así lo indican. Su propietario pagó en el parquímetro. En minutos, un oficial vial y una grúa aparecen. El vehículo es levantado ante el reclamo de un ejecutivo de un banco que observa la operación, y de un anciano vendedor de lotería que desde hace 25 años recorre esa calle. El policía argumenta que el reglamento ya cambió y que el vehículo está mal estacionado. La grúa se lleva el auto. El vendedor de lotería me dice que cada día repiten esa operación hasta 5 veces.
En Monterrey circular con placas foráneas puede ser peligroso. En la madrugada, en una zona residencial, un taxista golpea ligera pero intencionalmente la camioneta de unos turistas. Argumenta que ellos lo golpearon a él. Casualmente aparece un policía que atestigua en favor del taxista. Le piden dinero a los visitantes para dejarlos ir.
En Guadalajara, un antro de nada santa reputación promueve sus “party-buses” donde jóvenes participan en un excéntrico ritual: precopa sobre ruedas. Estratégicamente el chofer de uno de estos autobuses anuncia una parada para ir al baño en una tienda de conveniencia, los jóvenes bajan del estacionamiento a la tienda, vaso en mano. Súbitamente aparecen 3 patrullas (su cuartel está a la vuelta) del municipio donde un perro tuvo el tino de orinar al presidente municipal, y arman un operativo para detener a quienes están bebiendo en la vía pública. Los dejan ir luego de ordeñarlos.
El filósofo, sociólogo y economista germano-americano Hans-Hermann Hoppe tiene varios conceptos, no todos exentos de polémica, que atañen a la realidad mexicana. Para él, una monarquía es menos dañina que un gobierno democrático. Los monarcas realizan acciones para incrementar y proteger su propiedad, tienen incentivos de largo plazo. En contraparte, los funcionarios democráticamente elegidos y sus empleados, como son temporales, tienen todos los incentivos para saquear la riqueza de los ciudadanos productivos tan pronto y rápido como les sea posible (más aún en tiempos de alternancia).
Nos falta un estadista (el que piensa en la siguiente generación) y sobran gusanos (los que piensan en la siguiente elección). “En Problemas de la democracia”, escribe Hoppe: “La redistribución (de la riqueza) reduce el incentivo del dueño o productor y aumenta el incentivo de quien no es el dueño ni productor de la cosa. El resultado de subsidiar a individuos porque son pobres es más pobreza. Si se subsidia al desempleado habrá más desempleo. Financiar a las madres solteras producirá más niños sin padre conocido y más divorcios. (…) Al hacer que los demás paguen por la prisión de los delincuentes -en lugar de obligar a estos a reembolsar a sus víctimas y a pagar por su propia prisión- se incrementan los delitos. (…) Y lo más importante, al obligar a los dueños de las propiedades y a los productores a subsidiar a los políticos, sus partidos y a la burocracia, habrá menos creación de riqueza, menos productividad y más parásitos”.
Impunidad y demagogia abonan la parasitocracia. Si en economía se habla de “plan de choque” cuando hay crisis, más que remedios caseros anticorrupción, requerimos un golpe de timón. Un golpe que aplaste a los gusanos que amenazan con comerse todo.