Usaron el fuego para destruir. Bajas de soldados y civiles. Ya luego se supo algo peor: “gente enterrada viva en montones de estiércol, arrojada a pozos y zanjas, donde los dejaban morir, aullando como perros, los metían en cajas clavadas sin aire; los emparedaban en torres sin comida alguna, y los engarrotaban en los árboles en lo más hondo de montañas y bosques; los descuartizaban ante un fuego, asaban sus pies en grasa, sus mujeres eran violadas (…) sus hijos eran raptados y pedían rescate por ellos, o incluso los asaban vivos ante los padres”. Es el testimonio de Jean La Rouvière sobre las guerras religiosas en Francia durante la década de 1570, donde el fanatismo dogmático enfrentó a católicos contra hugonotes (protestantes), y en nombre de sus dogmas se realizó la Masacre de San Bartolomé, que desde París ardió los ánimos de otras ciudades vecinas.
Usaron el fuego para destruir. Bajas de soldados y civiles. El enemigo entró para quemar y sembrar muerte y destrucción. Es la síntesis de una crónica azteca sobre el ataque sufrido en Tenochtitlan en 1521.
El fuego como común denominador en los rituales de destrucción (y purificación) del hombre. De las guerras religiosas en Francia a la conquista de México a Jalisco y estados vecinos que fueron motivo de incendios provocados por grupos delictivos, el hombre conserva esta condición tribal de quemar para destruir y sumar a su causa.
Llamas y llamados. Ciertamente las llamas del 1o. de mayo son preocupantes, pero yo prefiero haber estado en Guadalajara el 1o. de Mayo de 2015 que en París en 1572, o en Tenochtitlan en 1521. La latente condición salvaje del hombre hoy está más acotada que ayer. Como fuere, propongo un llamado a un 911 alternativo: Michel de Montaigne, que vivió para ver las matanzas en Francia, fue un eje para no perder la calma, no sentirse derrotados ante una situación adversa y ver el mundo desde otros ángulos y significados. Estamos llamados, diría el filósofo francés, a restablecer la cordura y mantener la normalidad aun en situaciones extremas.
Las ideas de este gran pensador del siglo XVI nos deberían llegar con su impactante vigencia, por ejemplo, el saber que se pueda pasar por una guerra inhumana y seguir siendo humano, o recordarnos que la normalidad tarde o temprano regresa.
Agobiado y en el exilio forzado por la Segunda Guerra Mundial, Stefan Zweig encontró consuelo releyendo los Ensayos de Montaigne, obra que impactó tanto al escritor austriaco que le escribió a un amigo: “La similitud de su época y situación con la nuestra es asombrosa”, y en el ensayo que escribió sobre el filósofo francés dice: “Es en esta hermandad de destino cuando Montaigne se convierte en mi hermano indispensable, en mi amigo, mi amparo y mi consuelo”.
Entre llamas, estamos llamados a leer a Montaigne, para que a pesar de los actos de intimidación criminal como los del 1o. de mayo en varios estados del país, no sólo busquemos cómo sobrevivir sino como planteó Zweig “¿cómo seguir siendo plenamente humanos?”. Entre llamas, estamos llamados a no perder lo humano, o como escribió Sabato: “…nos salvaremos por los afectos”, estamos llamados a defendernos a partir de alzar la voz y protestar, sí, pero también a partir de valorar los pequeños actos cotidianos, el café de la mañana, caminar de la mano con la pareja en los Colomos, la mítica torta ahogada o un buen plato de birria, un vaso del olvidado tejuino para el calor de medio día, la puesta de sol en Puerto Vallarta, releer a Arreola o a Yáñez o a Rulfo, escuchar las letras de Tito Guízar en cualquier mariachi, los chacales de Casimiro Castillo, los chilaquiles serranos en Mazamitla o el ponche de granada en Tapalpa, el brindis con tequila entre amigos y equipales, pues al fin, como sentenció el autor de La Resistencia: “El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”.
De París a Tenochtitlan a Guadalajara y otras poblaciones, ardió el mismo fuego de la violencia. El mismo hombre, atemporal de naturaleza al fin, sabrá encontrar camino para ser humano.