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Wynwood

Antes de bajar del auto, el taxista nos previno: “caminen con cuidado, no muestren relojes ni joyas, guarden la cartera en los bolsillos delanteros”. Su recomendación tenía el tono de la obviedad, era como prevenir a un mexicano que un chile puede ser picoso. No, no estábamos llegando a una estación del Metro ni a Tepito, ni al Coliseo romano o a la Torre Eiffel ni a la sede de un partido político, sino al célebre barrio artístico de Wynwood en Miami, famoso mundialmente por sus grafitis y murales que han convertido a la zona en un gran museo urbano. El barrio se originó a mediados del siglo pasado, mayoritariamente por migrantes puertorriqueños. Pronto se convirtió en una zona de gran peligrosidad y violencia, cuyos ecos llegan hasta nuestros días y quizá por ello la recomendación del chofer.

En los inicios de este siglo algo cambió para bien en Wynwood. Si bien el grafiti es un acto de transgresión, su lado artístico cruza fronteras inimaginables. Un promotor de arte urbano trajo artistas callejeros de varias partes del mundo. Se abrieron galerías, tiendas de moda, pequeños restaurantes. Pronto el mundo hipster, ávido de alteridad, se adueñó de la zona. Visitar el vecindario del arte se convirtió en moda, la ciudad de Miami tenía otra estrella más para sus millones de visitantes. No todo ha sido miel sobre hojuelas para Wynwood. La revaloración de la propiedades ha subido las rentas, muchos de los artistas y pobladores originales han migrado a zonas más amigables, financieramente hablando.

En el 2014 un escándalo acaparó la atención de los medios. La firma multinacional de ropa American Eagle Outfitters decidió usar para una campaña publicitaria mundial unos diseños tomados de los murales de Wynwood. Se trataba de los “ojos dormilones” sello del artista urbano David Anasagasti, conocido en el argot como Ahol Sniffs Glue. El problema fue que la firma de moda nunca pagó derechos de uso, seguramente porque pensaron que estaban tomado “algo de la calle”. El grafitero demandó a la corporación y durante el tiempo que duró el litigio, el caso fue visto como una reivindicación social del arte callejero y las voces marginadas ante la voracidad capitalista. El juicio ya terminó bajo un acuerdo confidencial. Como a muchos, me asalta la duda de si el grafitero se hizo millonario a costas de aquello que reniega. Como sea, esta pequeña historia de plagio es muy significativa para construir en la cultura de la legalidad. En un país donde un grafitero puede ganarle a una corporación mundial, la gente percibe la neutralidad y la fortaleza de un Estado de derecho. ¿Ganaría un grafitero mexicano de Tepito un juicio similar? Lo dudo, pero no debemos perder la esperanza de que eso suceda.

Wynwood es un ejemplo más del efecto curativo del arte, el diseño y la cultura sobre tejidos urbanos vencidos por la degradación moral que poco a poco se van acostumbrando a la violencia como forma de vida. La normalización de la violencia tal vez sea la agresión más severa para el ser humano. La costumbre es como un ataque de termitas o de humedad, hace difusos los límites de lo permisible; algún día la desgracia es sustancialmente mayor, se derrumba el techo de nuestra casa y alguien se pregunta ¿cómo llegamos hasta este punto?, ¿en qué momento pasó?, la respuesta es: acostumbrándonos a la violencia (o a la corrupción o a las infracciones de tránsito o al “diablito” para robarse la luz o al estacionamiento en zona prohibida, o a los vendedores ambulantes, etcétera), siendo indolentes y viendo como parte del paisaje cotidiano actos incrementales a manos de nobles ciudadanos que quieren un país mejor pero no se dan cuenta que con sus pequeñas transgresiones (hazañas bribonas, como diría el doctor Guillermo Zúñiga) están construyendo lo contrario.

En todo el mundo hay ejemplos de que el arte y la cultura son extraordinarias formas de revertir conductas delictivas y generar desarrollo humano, social y material. Aún así, la mayoría de los políticos no lo ve. Esta miopía es otra forma de violencia.

También el futuro puede ser asaltado.