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“Uberizar” la política

La mejor tecnología es la que sirve al cavernícola. Del filo primitivo en las piedras talladas, al rudo metal medieval, al sofisticado mundo de los teléfonos inteligentes, las herramientas han sido punta de lanza (no es casual que evoque esta metáfora) para generar innovaciones. A la par del avance tecnológico, el progreso del hombre se ve amenazado por estructuras parasitarias.

Pensemos lo que vivimos con la economía compartida donde Uber, el servicio de contratación de automóvil con chofer, accesible desde un teléfono inteligente, aparenta ser una gran innovación, pero si observamos bien, se trata de volver a las bases de la economía: conecta oferentes con demandantes sin la mediación de intermediarios, la parasitocracia.

Lo que sucede con Uber y los taxis es un fractal de lo que pasa en el gobierno, lo que detiene a México. Un estupendo reportaje de Mural ha puesto en evidencia la estructura parasitaria alrededor del servicio de taxis en Guadalajara (en otras ciudades debe ser similar), un sistema perverso que lucra con permisos, evade impuestos y explota a los choferes; no es casual que la capital de Jalisco tenga los taxis más caros de México.

En cualquier sistema las estructuras parasitarias atentan contra el consumidor final. En la política, si hubiera una “uberización” sería benéfico a los ciudadanos, pero atentaría contra los parásitos. Uno de los mitos del mercado es creer que existe la lealtad a las marcas. Por investigaciones en varios países, sobre distintas industrias, he constatado que la lealtad es al beneficio, no a la marca. Ciudadanos o consumidores están motivados para obtener y frecuentar, en consumo o afecto, aquello que les dé ventajas. La lealtad es el pegamento de contacto entre dos elementos que solos no tendrían adherencia. La marca tendrá lealtad en la medida que adueñe al beneficio.

Imaginemos al “uberpolítico”: no tendría fuero, podrías sustituirlo cuando no dé resultados, costaría x veces menos, no robaría ni tendría conflicto de intereses con proveedores del gobierno, no mentiría, te daría información transparente y procuraría mejorar tu economía y tu seguridad (parece ficción, ¿no?). En el fondo es la lucha entre la parasitocracia y la meritocracia. La primera añade volumen, engrosa costos, busca los beneficios de su clan (es el caso de las uniones de taxistas, la reventa, los partidos políticos y los sindicatos magisteriales que temen a la evaluación, temen al mérito), la segunda añade valor al consumidor final. Una complica, otra simplifica. Una añade lucros, otra valores. Una es como el colesterol en la sangre, detiene, otra un puente (bypass) que hace fluir.

Innovar no es simplemente tener una idea nueva o hacer reformas novedosas, innovar son ideas ejecutadas que agregan valor. Y hay una prueba de fuego para saber si la nueva idea añadirá valor: pregúntate si la idea ejecutada añadiría valor al hombre de la época de las cavernas. A pesar de la modernidad y la tecnología, compruebo que la satisfacción de beneficios primarios es la mira de cualquier innovación. Nuevas propuestas de valor como Airbnb (renta de propiedades inmobiliarias por lapsos cortos a través de internet, que compite con la industria hotelera tradicional, donde no tienes que pagar una serie de impuestos que sirven, dicho sea de paso, para sostener la estructura parasitaria del gobierno) y Uber son atractivos y generan lealtad porque otorgan beneficios atractivos.

La política en México no genera lealtad porque no da beneficios al ciudadano, al contrario, lucra con su posición (corrupción, más impuestos, más regulaciones) y establece sistemas de salvaguarda (impunidad, concertacesiones) y sucesorios basados en derechos adquiridos dentro del clan, no en méritos relevantes para los ciudadanos, de ahí que los candidatos a puestos de elección popular y funcionarios de gobierno son en su mayoría parásitos sin méritos para los ciudadanos.

De la yesca al láser, la economía compartida muestra el poder de la tribu, una esperanzadora verdad: mérito mata parásito.