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Remontar la pizarra

El beisbol no es particularmente lo mío, sin embargo esta semana se me presentaron turnos al bate, como si estando en el montículo, un cátcher me hiciera señales y yo pudiera leerlas. Llegué a Oaxaca para una encomienda de la Secretaría de Cultura, provocada por Eduardo Cruz, “Boris”, amigo de la infancia con quien jugaba beisbol. (Para refrendar que no nací para ser pelotero, uno de mis primeros lanzamientos se estrelló en la ventana de su tía. Las amistades entrañables se amalgaman con defectos. Boris me habla 40 años después). 

Impartí una semana del Diplomado en Creación de Empresas Culturales, “Operación Semilla” como le llamo, donde artistas emprendedores descubren la conciliación entre cultura y mercado, una forma de hacer rentables sus proyectos sin sentir que traicionan un llamado social.

En un vuelo reciente me disponía a leer cuando se interpuso la vida de Jackie Robinson. La película “42” narra la incursión a las Grandes Ligas del primer jugador negro, apenas en el año 1947, cuando el racismo y la segregación eran brutales en Estados Unidos. La cinta me pareció trascendente, más que una película, es una reconciliación ideológica de la sociedad norteamericana, el cine como forjador de conductas. Luego de soportar humillaciones y  vencerlas, Robinson demostró ser un gran jugador a quien la historia recompensó. Su número, el 42, es el único retirado de todos los equipos de Grandes Ligas.

Mi salón de clase resultó ser el área donde alguna vez estuvo el coro de una iglesia, parte de lo que hoy es el Centro Cultural San Pablo. En mis ratos libres hurgué el recinto y fui de sorpresa en sorpresa. Una leyenda en uno de los muros me trajo de nuevo al mundo del beisbol: “Mi vida se centra en jugar temporadas filantrópicas, procuro llenar de hits los partidos, correr las bases con la máxima rapidez y anotar muchas carreras para promover una vida más digna entre las personas” Firmado, Alfredo Harp Helú.

El hombre que ve su vida como un partido de beisbol ha apoyado muchas obras sociales, culturales y educativas en Oaxaca, a través de la fundación que lleva su nombre y con el apoyo y vocación de su esposa María Isabel. Si tan sólo hubiera un Harp en cada ciudad de México, pensé, mientras recorría el edificio y me enteraba de su asombrosa historia.

El sitio es un ente que ha resistido el paso de los siglos. Ha sufrido terremotos, el primero en 1608, lo dejó derrumbado; funcionó como convento dominico donde se enseñaba la doctrina cristiana en náhuatl, mixteco y zapoteco, fue expropiado con las leyes de Reforma, mutilado por una calle, fraccionado y vendido a particulares, abandonado, refugio de malvivientes, convertido en vecindad ruinosa en los años recientes. Lo que fue la primera iglesia dominica en Oaxaca, hasta hace poco tiempo era una lamentable muestra de la degradación física y humana, un patrimonio perdido hasta que en el año 2005 fue adquirido por Harp y a partir de ahí inició su rescate y reconstrucción.

Durante los trabajos de rescate, los arqueólogos encontraron osamentas de 2500 años de antigüedad, dato que cambia por completo la idea que se tenía sobre los antiguos habitantes del valle. En el siglo 18 el inmueble fue sede del Instituto de Ciencias y Artes donde Juárez impartió clases y Porfirio Díaz trabajó de bibliotecario. Y ahí me encontraba yo dando clase, gracias a la visión de un pelotero filántropo.

Ni duda cabe que Alfredo Harp ha pasado duras pruebas en el partido de su vida. Así como ha sido ponchado, también se ha volado la barda. A mis estudiantes les pregunté por un benefactor de Oaxaca. Dos nombres brincaron: Toledo y Harp; éste levanta ciertas suspicacias por su origen empresarial. A quienes opinaron que Harp no era un benefactor, les pregunté “¿Es Oaxaca mejor o peor con Harp?”, su silencio habló. Aún sin el arraigo del Juchiteco, su obra filantrópica está construyendo caminos y recuperando patrimonio histórico de los mexicanos.

Salí de San Pablo como quien deja a un viejo amigo. El edificio me habitó por una semana.

Ignoro el número en la franela de Harp Helú, algún día Oaxaca lo retirará. Porque Oaxaca es la confirmación de que hay esperanza. Me consta que ahí, un pelotero se reconstruyó.

Publicado en El Norte, Mural y Reforma, el 18 de Agosto de 2013