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Patriotismo

Ahora que celebramos un aniversario más de la gesta independentista y que septiembre sabe a chiles en nogada y nos mueve al patriota que llevamos dentro, vale hablar del verdadero patriotismo, aquel que está dispuesto a sacrificar sus intereses por la Patria. Es común escuchar en discursos oficiales y tertulias caseras que los mexicanos queremos un mejor país, que estamos a favor de un cambio, que rechazamos la ilegalidad y ansiamos un Estado de Derecho. Aunque hablemos de cambiar, hay muchos mexicanos que, a través de sus actos, no quieren que las cosas cambien.

No quiere un cambio ni es patriota el legislador que actúa en función de los intereses de su partido aun cuando estos sean contrarios al bien de la nación. Simula desear un mejor país el funcionario público, de cualquier rango, que sostiene a sus subalternos a pesar de sus pifias e incapacidades y lo sostiene por algún acuerdo perverso en el socavón de la complicidad. Y entre más alto el cargo, menos patriota. Antipatriotas son los políticos que están satisfechos con la inmoral millonada que reciben de nosotros los partidos políticos. Son quienes menos quieren el cambio.

Se regocija del estado actual de las cosas un flamante magistrado, juez, ministro de la Corte o un simple pero crucial agente del Ministerio Público, que esquilma a quien puede pagar por la justicia; ¿se imaginan tener que vivir del salario nada más?, ¡que ningún cambio lo permita! En el mismo canal están quienes tienen en la nómina a sus familiares y amigos, o el celador que se gana unos pesos extras vendiendo favores a los internos del penal y a los familiares que los visitan. La justicia hoy es lucrativa.

Y tampoco quiere un cambio en México ni es patriota el adolescente que compra una credencial para votar con fotografía sin tener la mayoría de edad, y así entrar al antro. Y no quiere el cambio ni quiere a México el dueño del bar que sirve bebidas alcohólicas a menores de edad. Y mucho menos quiere otro país quien les sirve bebidas adulteradas. Podrán decir que son orgullosamente mexicanos, pero sabotean al país quienes otorgan permisos de construcción ilegales y los desarrolladores que les dan dinero.

Aunque diga que quiere otro México, en realidad no lo quiere el padre o madre de familia que, al llevar a su hijo a la escuela, da vuelta en segunda fila porque va tarde, o deja a su hijo en una zona prohibida, total, “¿qué daño puede hacerle al país esto?”. Y está encantado con el México de hoy el conductor que ha sobrepuesto una cubierta a la placa de su automóvil para evitar ser fotoinfraccionado. Podrá, eso sí, gritar ¡Viva México! y hablar pestes de los gobernadores corruptos que deberían estar en la cárcel, pero ser multado, ¡eso no lo permita Dios! (ni el acrílico anti-multa).

Es feliz con el estado actual de las cosas pero es nada patriota el Jefe de Oficina de una unidad gubernamental cuyos trámites son tan burocráticos que propician la corrupción para acelerar los asuntos. Y no quiere un mejor México el estudiante que sabe que puede comprar el examen o copiar en lugar de estudiar. Ni el empresario que se ahorra unos pesos de impuestos al margen de la ley. Y no permita el destino que se cumplan las leyes de tránsito, ya no digamos en la vía pública, sino en los estacionamientos de los centros comerciales. Es tan a gusto estacionarse cerca del elevador o las escaleras eléctricas, aunque haya línea amarilla, que si aplican multas será contraproducente para las compras, ¡no le muevan al país!, con mordida se arregla todo, es mejor pensar que moral es un árbol que da moras (Gonzalo N. Santos, priista, dixit) y que Patriotismo es una avenida, fluida a veces.

El cambio, tan añorado en los discursos y en las sobremesas, no puede darse en forma gratuita, a todos nos debe de costar. Implica el sacrificio de beneficios en pro de un bien común que fortalezca las instituciones y el Estado de Derecho. Mientras no lo veamos así, seguiremos quejándonos de lo que pasa en México sin ver que somos causa de aquello que repudiamos. La Patria, hacer Patria, empieza en “el breve espacio”, yo, mi entorno, mi familia, mi grupo, contagiando con el ejemplo.

Cada quien evalúe su patriotismo. Desde la retórica no tenemos el país que merecemos, en la práctica sí.