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No soy un robot, todavía

Es 1997, el tablero está puesto. El campeón mundial Garry Kasparov enfrenta a Deep Blue, la computadora de IBM que en 1996 fue derrotada por el ruso, en una demostración de que el humano es superior a las máquinas. Luego de un año tal vez Kasparov sea mejor jugador de ajedrez. Deep Blue es, sin duda, un mejor programa que su versión anterior. En el sexto y decisivo juego, después de 19 movimientos, Kasparov se rinde. Su derrota es un parte aguas en la historia de la inteligencia artificial. El mejor cerebro humano en ajedrez, falible al fin, sucumbió ante 256 procesadores, capaces de analizar sin fatiga 200 millones de movimientos por segundo.

Gracias a Alan Turing la Segunda Guerra Mundial terminó antes. Su trabajo como pionero en el desarrollo de algoritmos y programas computacionales permitió descifrar códigos nazis usando una máquina electromecánica. De la rueda a la máquina de vapor, del automóvil al algoritmo, las máquinas han extendido las capacidades del hombre. En el futuro la mayoría de los trabajos serán realizados por robots, artefactos inteligentes capaces de aprender y mejorarse.

En 1951 Turing escribió: “En algún momento habrá que esperar que las máquinas tomen el control”. Nos guste o no, los robots están teniendo un mejor desempeño que los humanos para hacer predicciones, pronto harán tareas domésticas, lucharán contra la contaminación, cada vez más nos transportarán de forma autónoma y explorarán el espacio, lucharán contra el crimen, harán diagnósticos médicos, cirugías, cuidarán de los sistemas financieros. Las impresoras 3D harán tortillas “a mano”.

Si tuvieras que apostar todo lo que tienes en un juego de ajedrez donde se te da la oportunidad de ir con el humano o con la computadora, ¿qué escogerías? La respuesta parece obvia. Ahora llevémosla a otro terreno. Hay cosas más importantes que una partida de ajedrez, digamos el futuro de una nación donde vivirán tus hijos y los hijos de tus hijos. Imagínate que la gran decisión sobre quién debe liderar un país pueda ser tomada por un grupo de humanos (dentro de los cuales lo que abunda es la falta de capacidad para tomar buenas decisiones) o por una máquina capaz de seleccionar a la mejor persona para ser Presidente. ¿En quién “apostarías” el futuro de tus hijos y de los hijos de tus hijos?

Si fuiste a favor de la colectividad, apostaste por un sistema democrático tal cual lo tenemos hoy. No sé si estás contento con los resultados que este sistema nos ha dado hasta hoy, yo no. Si te inclinaste por la inteligencia artificial, estás a favor de una democracia inteligente, un sistema alimentado con los errores del pasado y lo mejor de las capacidades humanas, en otras palabras, un algoritmo capaz de tomar la mejor decisión posible. Parece utópico ¿no?, también parece inteligente. Asimov tocó el tema en Sufragio Universal, desde 1955.

El otro día escuché decir, “Amazon conoce mis gustos mejor que mi esposa”. Nuestra interacción con la inteligencia artificial cada vez será mayor. Reconozco que el avance científico es desafiante en muchos aspectos, el ético quizá sea uno de los más grandes. Quienes vimos en los setentas la ficción de organismos mejorados, como El hombre nuclear y La mujer biónica, nunca pensamos que esas hipercapacidades pudieran ser factibles. Hoy sabemos que sí lo son. Nuestros descendientes podrán retardar el envejecimiento, revertir discapacidades y ampliar su potencial cognitivo, como memoria, percepción, razonamiento.

Con frecuencia tengo que marcar una casilla de alguna página de internet para declarar que no soy un robot, luego, para probarlo, tengo que descifrar unos frustrantes caracteres deformados o seleccionar imágenes con determinado patrón. Supongo que pronto los robots aprenderán a hacer eso y tendremos que validar nuestra humanidad de otra forma. Los algoritmos ya editan videos, escriben música que hace llorar a los expertos, hacen poesía y guiones para telenovelas. Me perturba la idea pero también escribirán columnas en un periódico.

Mientas eso sucede les aseguro: no soy un robot, todavía.