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El otro lado del infierno

Cuando uno se entera de historias como las del jardín de niños Matatena, donde los peritajes judiciales han comprobado el abuso sexual y psicológico contra pequeños de entre 3 y 5 años de edad, presuntamente a manos del esposo de la directora del plantel, se tambalea el optimismo, se resquebraja la esperanza en el futuro, se pisa una especie de infierno cuyas llamas salpican y laceran tanto a los directamente implicados como a cualquiera que tenga un gramo de compasión. Algo se pudre en el país y sus hedores contaminan la semilla, nos jugamos más que una generación envenenada, nos jugamos el futuro mismo de la sociedad.
En medio de historias profundamente oscuras es preciso ver la luz para documentar la agotada reserva de optimismo (y buen humor). Hace unos días conocí la labor que hace Mayama (“desarrollo”, en huichol, www.mayama.org.mx), asociación civil mexicana sin fines de lucro que tiene el reconocimiento de la ONU (estatus especial consultivo ante el Consejo Económico y Social), distinción que menos de 30 organizaciones mexicanas pueden presumir. Mayama realiza profundos cambios sociales a través de incidir en las familias. De cada peso que se invierte, el impacto a la sociedad (es decir el retorno social) es de más de 4 pesos. De cada peso que reciben, 93 centavos se destinan a la labor social.
Entro a un salón en el Centro de Día Mayama, una veintena de niños entre 6 y 10 años aprenden a expresar sus sentimientos frente a una imagen evocadora (una foto donde una joven, aparentemente compungida, se asoma por un balcón). La moderadora les pide que describan qué problemas tiene la chica y luego qué problemas se presentan en casa. “El papá se emborracha o está drogado”, “que se peleen los papás”, “que el padrastro abuse de las niñas”, “que salgas embarazada”, son algunas de las respuestas de los niños, todos de familias en pobreza y marginación, características para ser parte del programa que tiene una secuencia estratégica: Yo siento, Yo pienso, Yo me relaciono, Yo expreso y Yo actúo, que permite desarrollar habilidades fundamentales.
El modelo Mayama implica una intervención sistémica en la familia durante 5 años y medio en los que se fomenta la resiliencia de los individuos para que eleven su autoestima y aprendan a tener algo que en otros segmentos sociales ni se cuestiona: un plan de vida, una visión de largo plazo. Las familias y los niños se gradúan después de cumplir su ciclo. Las diferencias son notables cuando uno compara una familia graduada con otra que no ha sido intervenida.
Con el equipo Mayama me interné en una de las zonas donde trabajan, ciudades invisibles para nuestra cotidianidad pero que están ahí, latentes como una bomba de tiempo (generalmente son semillero de la delincuencia), cinturones de pobreza que crecen replicando pobreza y heredando el olvido social. Mayama está rompiendo esta inercia.
Una familia graduada nos recibe en su vivienda. La austeridad del piso de cemento y las paredes de hormigón no están en conflicto con la limpieza, ni del hogar ni de sus integrantes. La mamá está sentada con sus 4 hijos adolescentes alrededor de la mesa (papá está trabajando), se nota el orden. Nos han puesto un tazón con papas fritas y una botella de salsa. El gesto conmueve cuando uno ve la precaria provisión de víveres sobre el refrigerador. Los chicos, en uniforme escolar, saludan y expresan cómo se sienten. Bertha Alicia, que fue madre precoz en su adolescencia, dice que ha crecido junto con sus hijos, “he aprendido a ser una mamá”, sus ojos se arrasan, termina en llanto. Es imposible no abrazarla.
Mayama es un modelo de intervención social con resultados probados para disminuir la pobreza, que debería conocer José Antonio Meade para replicarlo en todo el país. Dijo Dante: “Los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral”. Más allá del PIB, crecer la reserva de esperanza y el capital humano es quizá un deber ético para alimentar un mejor futuro, el único viable.
 
 
@eduardo_caccia