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El ligue y la ciencia

Un espacio público esconde lecciones para quien quiere verlas. Caminaba con mi esposa por el parque Lincoln, en la Ciudad de México, cuando nos encontramos a un amigo con su pequeña hija en la zona de los columpios. Mi esposa me dijo “mira, qué buen papá”. Charlamos brevemente con ellos y nos despedimos. Luego entramos al aviario que está enseguida. Como sorpresivo y excepcional anfitrión, un pavorreal nos abordó de frente. Me aproximé despacio para tomarle una foto; al sentir invadido su espacio vital, abrió su plumaje, penacho natural de un realismo psicodélico notable.

Un par de días después entendí por qué me había sucedido el episodio del parque. Una de las materias más fascinantes con las que me he topado es la psicología evolutiva, vertiente que considera que nuestra conducta ha sido moldeada a través del tiempo mediante transformaciones que mujeres y hombres han realizado para poder adaptarse a las exigencias de su tiempo. Los fundamentos de la psicología evolutiva definen gran parte de lo que nos motiva en la vida e incluso explican por qué mujeres y hombres somos diferentes, y claro, cómo ser complementarios.

Recordé que en algunas de mis charlas y conferencias tengo la foto de un papá con su hijo en un columpio y también expongo a un pavorreal con plumaje desplegado. Ambas imágenes las muestro casi una después de la otra; no puedo dejar de sorprenderme porque el aviario del parque está justo después de la zona de juegos infantiles. En fin, el punto es que acostumbro argumentar que para una mujer, la escena de un papá cuidando a su pequeño hijo en el parque hace atractivo al hombre (más allá del estereotipo de galán perfumado y lente oscuro) pues biológicamente hablando, la mujer se hace 3 preguntas (que no necesariamente son conscientes) sobre el hombre: ¿tiene buenos genes?, ¿será un buen compañero?, ¿será un buen papá? Es decir, hay ciertas virtudes biológicas que, al tenerlas o desarrollarlas, hacen que un hombre se vuelva atractivo para las mujeres.

Geoffrey Miller, psicólogo evolutivo, tiene varios libros sobre el tema, su más reciente trabajo, Mate: become the man women want, debería ser lectura obligada para los jóvenes y los no tanto, que quieran entender a las mujeres (y viceversa). Hay motivos científicos para explicar por qué un hombre con pareja es más atractivo para una mujer (del mismo modo que es más fácil conseguir un nuevo trabajo, teniendo uno, o por qué se antoja más entrar al restaurante donde hay espera), también para entender que la supuesta complejidad femenina es una arma contra los abusos físicos y psicológicos del hombre. Miller propone relaciones honestas de ganar-ganar, donde conseguir pareja es encontrar a alguien que quiere lo mismo que tú.

Cuando hablo de “ligue”, me refiero al vínculo ético entre un hombre y una mujer, ese elemento aparentemente inmaterial que constituye la materia prima de la atracción y la conquista. Entender la teoría de género implica entender los aspectos primitivos de nuestra conducta; psicológicamente seguimos siendo cavernícolas. La expresión “hacer química” con alguien, no es sólo figurativa, en toda relación afectiva hay un diálogo oculto de los genes que buscan su sobrevivencia, de ahí que la mujer seleccione al proveedor que le dé más seguridad para que sus genes (sus hijos) tengan mejores condiciones para sobrevivir (léase sobresalir socialmente, cubrir necesidades básicas y otras no tanto). Ver las cosas desde la perspectiva de la psicología evolutiva hace que entendamos por qué para la mujer la frase “no te preocupes, yo me encargo” es más romántica y poderosa que “te amo”. La primera lo dice y lo hace, la segunda nada más lo dice.

El pavorreal macho seduce a la hembra con su plumaje, despliegue de atributos reproductivos que transmiten “tengo buenos genes, si unes los tuyos con los míos, habrá buen resultado”. Pero no es suficiente. Y aquí el reino animal nos da una gran lección a los hombres. El pavorreal además debe bailar y bailar bien para consumar la conquista.