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El breve espacio

¿Qué nos deparará el 2015?, pregunta de temporada, tal vez equivocada. Quizá sería mejor preguntarnos ¿qué cosas le traeremos a este nuevo año?, pues, aunque el ánimo nacional no está para fuegos artificiales y sonajas, lo que suceda en los próximos meses podría estar en manos de nosotros, al alcance de nuestras decisiones.
Para empezar el año me gustó un verbo, terquear. Lo escuché de un rostro arrugado, con una sonrisa que refuta cualquier tratamiento de ortodoncia: no se requieren dientes para sonreír, basta algo que sale de más adentro. “Aquí ando terqueando”, dijo la anciana de unos 75 años mientras ofrecía sus servilletas bordadas en los portales de un centro histórico. En sus ojos turbios, pero con chispa de niña traviesa, observé la convicción de quien ha decidido conquistar su breve espacio, ese contexto donde sí podemos influir; no la utópica lejanía donde sería bueno cambiar al país, sí la corta distancia donde lo que hagamos cuenta; no el panorama extenso de 365 días por venir, sí la inmediatez de una mañana y una taza de café. No sé el nombre de esa mujer, pero a mí y a quienes estaban conmigo, nos dejó un profunda huella.
De otra mujer sé su nombre, pero no la conozco. Es Sara Sefchovich y admiro su claridad para establecer diagnósticos y proponer caminos. Admiro su terquedad, pues ahora con su nuevo libro, ¡Atrévete! Propuesta hereje contra la violencia en México, nos pone el dedo en la llaga, nos enfrenta con un espejo que tal vez no nos guste mirar pero que es imperativo ver. La propuesta de Sefchovich que “puede parecer una locura” entra, coincidentemente, en lo que yo llamo el breve espacio, invita a las madres de los delincuentes a involucrarse para detener a sus hijos y “parar esta orgía de sangre y sufrimiento”.
Por más imagen que queramos ver de que México es un país de machos, la realidad es que vivimos un matriarcado, de aquí que la propuesta de Sefchovich me parece una genialidad. Las madres tienen las armas que no tiene el Estado, ¿no acaso con una madre (morena en el Tepeyac) se pudo controlar y encauzar a miles de indígenas para convertirlos al catolicismo? La simbología materna es muy profunda y respetada en el inconsciente colectivo mexicano.
Por supuesto, la tarea no es nada más para las mujeres, los hombres debemos hacer lo propio en el breve espacio de nuestra influencia: no estacionarnos mal en la calle o centro comercial, no dar o pedir mordida, no robar la luz con un diablito, no copiar en un examen, ceder el asiento a una mujer en el camión, regresar una cartera perdida, respetar los reglamentos viales en las escuelas (sí, señora, usted que se queja de este país es culpable por bajar a su hijo donde no debe, porque su “pequeña” falta encierra la semilla de las grandes faltas) y en fin, cientos de acciones diarias aparentemente intrascendentes donde somos amos de nuestro breve espacio.
Estamos enfermos de “la ilusión del otro”, que es creer que el país está mal por los otros. Son los otros los que roban, los corruptos, los que no cumplen la ley. El otro soy yo, por ello no hay aquel espacio, sino mi espacio, mi breve espacio. Y para incidir en este territorio personal, hay que querer querer. No es pleonasmo, es aceptar que no logra más el que más puede sino el que más quiere, el que más terquea.
En la cinta de la libanesa Nadine Labaki Y ahora, ¿a dónde vamos?, musulmanes y cristianos, al principio amigos, envenenan su camino, pierden la mira y bañan de sangre a un pequeño poblado perdido en el desierto (si quieres llámale México). No es el gobierno ni la policía quienes detienen la masacre, son las hijas, las esposas, las madres de ambos bandos quienes frenan a sus hombres.
Una jovial anciana que contagia su terquedad en las calles de Querétaro, una brillante socióloga e historiadora que alumbra la noche, y una talentosa directora de cine; se me juntaron tres mujeres para empezar el año. A su modo y estilo nos hablaron del mismo territorio que Pablo Milanés inmortalizó con los acordes de su guitarra.