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Columnas de arena

El presidente Peña gusta de repetir la expresión “el Estado mexicano”, para dar cuerpo y fuerza a su mensaje. Su retórica evoca a una figura espectral. Al escucharlo, imagino a un niño orgulloso de su castillo de arena diciendo: “estas columnas sostienen todo” (más que ser motivo de escarnio, debería tenernos muy preocupados). Hace tiempo cuestioné: ¿tenemos realmente un Estado?, y cité al filósofo alemán Max Weber, para quien un Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima, y precisa que para existir requiere que se conserve este monopolio.

El único monopolio que le haría bien al país, no existe. El gobierno ha perdido el monopolio del uso legítimo de la fuerza, se ha replegado, cedido el territorio, ha dejado de aplicar la ley. Por omisión, ha vulnerado al Estado, esa fuerza que somete y regula a los integrantes de un sistema social en aras de un fin común. Actualmente esos actores están sueltos, obteniendo ganancias individuales contrarias al interés social. Desde lo más pequeño hasta lo más grande, se cumple la sentencia “A río revuelto…”.

Entro en el baño público de una carretera y tengo que pagar 2 pesos a un “encargado” que se ha adueñado de un elemento estratégico: el papel de baño. Me quiero estacionar en una calle cualquiera y alguien ha bloqueado el espacio para que le pague (cerca de mi oficina un franelero acuchilló a otro, se disputaban el territorio).

El crimen (organizado o no) paga por ocupar plazas, se pelea a muerte con otras bandas para ver quién domina el territorio. En la misma tesitura, con otros actores, quedan las licitaciones dudosas, como la recién frustrada del tren Querétaro-Ciudad de México, donde el secretario Ruiz quedó en una posición tan vulnerable que su permanencia en la SCT no ayuda a la construcción de un Estado.

En la joya del barroco mexicano, templo de Santa María Tonantzintla, una familia cobra la entrada al baño, vende fotografías y vigila que no tomemos fotos, “por seguridad”, dicen, ya que “sacar fotos anuncia los tesoros y luego hay robos”. Entonces, ¿para qué venden las fotos? Me explica el encargado que el dinero es para mantener el templo. Le digo que quiero cooperar para el templo a cambio de que me deje usar mi cámara. Me pide que entremos a la iglesia (había una cámara en la puerta, no quería ser grabado) y debajo de un imponente sotacoro, donde angelitos regordetes rodean a la Virgen de Guadalupe, me dice sigiloso una elevada cuota. Le digo que no, pero que quiero un guía. Su hija es la guía. ¡Barroco negocio!

A diferentes niveles hay una guerra por la ocupación del bien público, lucha que mina al Estado. Son pequeñas y grandes batallas diarias que están sangrando, mordiendo al país. La “mordida” es quitarte, arrancarte un pedazo de lo tuyo. Hay un acecho a todo aquello susceptible de morderse. ¿Quieres que tu municipio reciba fondos federales? ¡Móchate!

La indignación alrededor de la “casa blanca” de los Peña Rivera tiene de fondo la misma estructura: la ocupación territorial con dudas de por medio, dudas que minan la figura presidencial (y por ende al Estado), dudas que parecen más grandes entre más explicaciones oficiales se dan. Aunque se demuestre que es legal que el mandatario viva en la “casa blanca”, es otra la pregunta de fondo: ¿es correcto que el Presidente viva en la casa de un contratista muy activo en su gobierno? ¿Es bueno para su patrimonio que sea de su esposa?, sin duda. ¿Es bueno para el país?, no. Otra vez, la ganancia individual frente al interés común.

Que se dañen (ocupen) bienes públicos como Palacio Nacional, que se zangolotee y golpee a policías (símbolos públicos) y el delito quede impune, suma a la inexistencia de un Estado. El Presidente regresó de un viaje, no tarda en mencionar “el Estado mexicano”. Nos conviene que reconstruya al Estado y que se dé cuenta que las columnas de arena sirven para sostener castillos de arena, pero no duran.