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Campos mórficos

Violencia e inseguridad son quizá el reto más grande que enfrenta el país. Si los males se curaran con diagnósticos, seríamos una potencia mundial en soluciones. Ya sabemos de la corrupción e impunidad, también de nuestra necesidad de un Estado de derecho para que México cambie. Pero ¿dónde empieza el cambio?

Necesitamos un cambio cultural. No aquel que borre nuestro pasado y tradiciones, sino aquel que reprograme nuestros hábitos sociales. La pregunta es ¿cómo se reprograman las prácticas cotidianas de una sociedad? Otras veces he expresado mi optimismo (que aquí refrendo) al decir que todo sistema social es modificable, que necesitamos actitudes de contagio positivo o “metáforas de cambio posible” donde un mexicano ve un cambio positivo a partir del ejemplo. El punto crucial es que lo positivo y lo negativo son contagiables. La sociedad es como un cuerpo y mente colectivos y puede infectarse. Veo al país contaminado por un virus delincuencial severo.

Hay sociedades donde se siente una vibra o (para aquellos que quieren conceptos concretos) una actitud generalizada hacia cierto tema. Es fácil identificarlo, los habitantes hablan de ello en el café, las noticias lo replican. Ese tema dominante influye en el comportamiento de todos.

Jorge Fernández Menéndez (“Sepelio de El Ojos y base social del crimen”, Excélsior, 26 de julio de 2017) da en el clavo: “…hay cientos de miles, o quizás millones, de personas involucradas de una u otra manera en el crimen organizado…”. Coincide con Sara Sefchovich en su libro ¡Atrévete!, donde menciona que para revertir la delincuencia no se trata de regenerar el tejido social, pues éste es más sólido y compacto de lo que creemos; que la familia es un apoyo para lo positivo pero también para lo negativo, que las mujeres deben atreverse a romper con este apoyo hacia el mal. En el mismo sentido, Reforma expuso hace unos días que El Ojos tenía una red político-policial y mencionó cómo el sistema de mototaxis en realidad funciona como una red de halcones. Este funcionamiento es similar a las células del cuerpo. ¿Pensar en soluciones biológicas es descabellado?

El biólogo Rupert Sheldrake acuñó el término “campos mórficos” para explicar que todos los individuos de un grupo social estamos conectados a nivel energético, lo que produce comportamientos similares, aun cuando no haya contacto físico. El que una parvada forme simétricas estructuras mientras vuela, el que nuevos individuos entre los animales o entre los humanos nazcan con habilidades que sus antepasados desarrollaron es por el campo morfológico o mórfico. ¿No acaso hablamos de “nativos digitales” y vemos a bebés manipular aparatos tecnológicos con naturalidad? Existe, dice Sheldrake, una resonancia mórfica (propagación energética de información) en la sociedad, de ahí un patrón de conducta que domina.

La lucha contra la delincuencia organizada debe empezar por entender que esa organización no sólo es a nivel físico. Hay un campo energético social que influencia a la comunidad (con manifestaciones físicas como la apología a los criminales, las noticias, el cine, la música, la indiferencia, el sentido de desesperanza, el robo generalizado de combustible y más) del mismo modo que dos objetos se atraen por un campo magnético. Cuando las sociedades florecen, la energía social de contagio es positiva (pensemos en el Renacimiento, en el esplendor grecorromano, o en países donde domina una tendencia, como el número de premios Nobel o patentes que produce), cuando degeneran sucede lo contrario. En ambos casos se atrae y se genera más de lo mismo.

En México no domina la ética, la ciencia, la investigación, las artes, el emprendimiento, la filosofía. Sin embargo hay mexicanos muy talentosos en estos campos. Lo que domina es la inseguridad, el narcotráfico, la corrupción, la impunidad. Y también hay mexicanos muy hábiles para ello. Inclinar la balanza hacia lo positivo implica generar energía positiva, empezando por nuestro pensamiento, lenguaje y acciones. Y por supuesto, una estrategia educativa para todas las edades y todos los segmentos sociales en los temas que queremos que dominen en nuestra vida cotidiana.

Hay por supuesto una estrategia esotérica: esperar la fuerza de la ley.