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Caminito de la escuela

In memoriam, Jorgito Sánchez C.

 

A sus 11 años habla como el adulto que será, seguramente un brillante ingeniero. Cursa el sexto de primaria en una escuela de Matamoros y aunque se ve un alumno muy aplicado, el invento que ha desarrollado debería preocuparnos a todos. Juan David es el creador de la llamada “mochila de seguridad”, una mochila aparentemente normal, como las que cargan los niños en la espalda, nada más que está equipada con una placa de fibra de vidrio a prueba de balas, un geolocalizador conectado al teléfono de sus padres, una alarma sónica y una linterna.

Muy lejos se sienten los ingenuos tiempos en que la canción de Gabilondo Soler, Cri-Cri, Caminito de la escuela nos hacía sentido y nos emocionaba al imaginar las diferentes criaturas del reino animal llegando a clases. Detrás del invento de Juan David hay un profundo instinto de sobrevivencia ante las amenazas del entorno, no hay un perro con la goma de borrar en el hocico, ni un ratón con espejuelos, ni una tortuga procurando ser puntual, mucho menos el camello con mochila o la jirafa con su chal. De la boca de este niño de 11 años salieron estas palabras: delincuencia, balaceras, Protección Civil, bala perdida, impactar, robo, alarma, agresor, secuestro. No necesitamos a un especialista en comportamiento humano para saber qué pasa por su mente durante su camino a la escuela o de regreso a casa.

La normalización de la violencia implica una adaptación de las condiciones de vida ante un entorno que se ve imposible o poco probable de modificar. La naturaleza tiene muchos ejemplos donde las especies vivas toman acciones encaminadas a su sobrevivencia, una respuesta instintiva ante los peligros amenazantes. Hay varios tipos de adaptaciones en los animales, muchas de ellas copiadas por el ser humano, como el camuflaje y el mimetismo, que son adaptaciones morfológicas. En la primera uno se confunde con el contexto de modo que no es detectable, el ejemplo clásico es el camaleón, en la segunda uno simula ser de otra especie, como la falsa avispa. Hay adaptaciones fisiológicas, como la hibernación y la estivación, y adaptaciones conductuales, las que como humanos más practicamos, modificaciones de nuestro comportamiento para asegurar las funciones básicas como reproducción, búsqueda de alimento y defensa ante depredadores. Aquí la migración y el cortejo son ejemplos del esfuerzo de los organismos vivos por sobrevivir.

Un niño de Matamoros, donde “las balaceras son muy frecuentes”, hace una adaptación conductual y desarrolla ciertas herramientas de sobrevivencia. El hombre de la prehistoria elaboró percutores, utensilios para la talla y la obtención de lascas con objeto de producir otras herramientas. El invento de la “mochila de seguridad” fue merecedor de una distinción en un certamen de innovación tecnológica. He sostenido que para innovar hay que voltear a la cueva, entender las necesidades primarias del hombre y la mujer de la prehistoria, los mejores inventos vuelven ahí, donde el instinto y la simplicidad cumplen la función. ¿No acaso el dedo es una innovación respecto del lápiz digital?

En el fondo de este invento infantil hay también un abandono y una ruptura del niño con el mundo adulto. Ha llegado a la tremenda convicción de que nadie puede defenderlo. Una madurez adelantada que nuestra infancia no merece, pero necesita si ha de salir adelante ante las amenazas de un entorno violento, inseguro y hostil. Cuando el ser humano reconoce su fragilidad, apela a elementos de protección, desde las armas hasta los amuletos y los talismanes. En cierta ocasión que cruzaba una calle muy transitada, una anciana que iba delante de mí caminaba pausadamente mientras, estirando el brazo, mostraba la señal de la cruz a los automovilistas.

Muchas formas de consumo (material pero fundamentalmente simbólico) tienen detrás la motivación de equilibrar las condiciones del entorno, balancear las probabilidades de sobrevivencia, controlar los daños. De ahí que los productos siempre en demanda son la confianza, la fe, la certidumbre, la seguridad. Independientemente del objeto material o ritual que esto represente, siempre serán anhelados.

El pequeño Juan David nos confirma una realidad de nuestra especie, también un doloroso rostro de México.