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Antídoto urbano

Escribo desde Nueva York, la ciudad que inspiró a Paul Auster a crear su famosa trilogía. Mi  misión podría ser la semana de ensueño de muchas mujeres, recorrer más de 45 tiendas, observar aparadores, detectar tendencias, comportamientos, caminar mucho, tomar fotografías. Las calles de esta ciudad son un códice urbano,  sus esquinas retan al fotógrafo y, en esta temporada, al más elemental equilibrio, son resbalosas y la nieve se acumula tanto que la caminata parece un viaje extremo.

El neoyorquino sigue siendo poco paciente, pero no menos que cualquier habitante de alguna ciudad grande en México. Me queda claro que las ciudades cautivan y desquician, atraen y expulsan. El viaje en Metro es mucho más civilizado que en el DF, acá no vi que se divida por género a los pasajeros, ni turbas de orates fuera de control brincan la taquilla sin pagar, frente a oficiales de policía que no hacen nada. Confirmo que una ciudad desarrollada se aprecia no por la cantidad de autos que tienen sus habitantes sino por el transporte público que usan. 
El gobierno local ha definido una estrategia para posicionar a Nueva York como “la capital mundial de los bienes raíces”, condición que no esconde su sustento brutalmente capitalista. Reflexión: ¿y las ciudades en México cómo intentan posicionarse?, se qué Puebla aspira a ser “la ciudad del conocimiento”, ¿y las otras, particularmente la capital, a qué le tira?

La urbe de hierro sigue impactando con sus rascacielos, el derroche de luz y comunicación en Times Square, las obras de teatro en Broadway. Sin embargo, lo que más disfruté son dos de sus parques. El icónico Central Park, que vestido de nieve cautiva hasta los locales, y el parque elevado High-Line, cuya historia es digna de contarse.

En varias millas de la avenida décima existe una estructura elevada con vías para ferrocarril. Fue edificada en los años 30 del siglo pasado, y quedó en desuso en los años 80, convirtiéndose en una especie de cicatriz de hierro, tumor urbano, refugio de pandillas, sinónimo de degradación y abandono. La ciudad pensó en demolerla pero resultaba costosísimo. Un grupo de activistas promovió su conservación y a través de un concurso público con arquitectos y urbanistas de varios países se conceptualizó lo que hoy es un original parque elevado, una vía recreativa donde hay flora y fauna, donde los locales y los visitantes pasean o hacen ejercicio, en lo que se ha vuelto un ícono más de la ciudad y un nuevo polo de desarrollo inmobiliario y comercial. En otras palabras, el parque sanó a la comunidad.

El rescate del tejido social implica tener infraestructura urbana adecuada, los espacios públicos, particularmente los parques, juegan un importante papel, se convierten en un activo comunitario, elevan el sentido de pertenencia, activan la participación social, aumentan el valor de la zona, generan derrama económica e influyen en el comportamiento de la gente.

En México nos falta mucho para apreciar el significado de los parques y su impacto en la sociedad. No estaría mal que como parte de la estrategia de seguridad, el gobierno mexicano se asesorara de expertos en la materia para la creación de parques, pero no en el sentido que tienen, por lo general, en nuestro país, un pedazo de terreno semiverde que el gobierno o los colonos, a veces cuidan. Debemos entender al parque como un ente capaz de generar y regenerar relaciones sociales, crear fundaciones, libros, foros, grupos de amigos, beneficiarios, involucrar activistas.

Nuestra cultura ha sido generalmente depredadora de las áreas verdes. No es casual que el centro político del país sea una plancha de cemento. Desde el poder se solapa la invasión y la mutilación de zonas verdes. “Parques y Jardines” suele ser un departamento menor en los municipios.

El autor de Sunset Park escribió “Las heridas son una parte esencial de la vida, y hasta que no eres herido en alguna forma, no podrás convertirte en hombre”. Nuestras ciudades ya tienen las heridas, falta que sus hombres pongan parques.